miércoles, 13 de octubre de 2010

La huelga

No era mi intención entrar a valorar los resultados de la huelga general del pasado 29 de septiembre y mucho menos con la falta de perspectiva que la proximidad en el tiempo nos quita. Pero las primeras impresiones son estas: que el gobierno se mantiene firme en su decisión de no modificar la gran mayoría de los aspectos que impulsaron a los principales sindicatos del país a convocarla.
Confieso que no me sorprende. Y eso me lleva aún más a empeñarme en la necesidad de la autogestión total como garantía de futuro. Si una huelga general como la que acabamos de tener no es capaz de modificar un proyecto de ley… ¿qué podemos esperar en el mundo de las artes escénicas con nuestra capacidad de movilización? Lo mismo que hasta ahora: la nada más absoluta. Al día siguiente nos desayunábamos con nuevas noticias: la rebaja de presupuestos en el Ministerio de Cultura.
Y, una vez más, me siento como Sancho Panza frente a Don Quijote. No son gigantes: son molinos. Molinos gigantescos, además.
No es que haya una cruzada judeomasónica para acabar con el mundo de las artes escénicas españolas tal y como lo conocíamos, es que estamos sufriendo en nuestras carnes los efectos de una reconversión industrial en toda regla, sin que nadie haya tenido la decencia de comunicárnoslo.
Sin embargo, lo que echo en falta, sobre todo, no son iniciativas audaces o propuestas mágicas. Lo que echo en falta es unión. No recibo sensaciones de que el sector se reúna, debata y analice lo que está pasando desde hace algo más de un año (la crisis, cómo que nos llegó más tarde; y más tarde aún que se nos marchará). Con todas nuestras diferencias territoriales, la idiosincrasia española que a todos nos unifica es la misma: el individualismo a ultranza y el “¡sálvese quien pueda!” como único programa.
Ojala me equivoque y lo que esté sucediendo sea que el sector se reúne en cónclave secreto para dar con las soluciones. Pero me temo que no. Lo he comprobado personalmente: un intento de asociación de las revistas que formamos parte del sector se ha disuelto como un azucarillo en el café, antes incluso de echar a andar.
Estamos todos como las vacas mirando pasar el tren. O “esperando a Godot”, que aquí se aprecian las referencias cultas. Sin ironía: igual que Willy Toledo se ha encargado de animar a los compañeros de profesión a secundar la huelga, no estaría de más que él (o cualquiera que se sienta con capacidad de arrastrarnos a todos en una misma dirección) empleara sus energías en movilizarnos. No para reclamar nada (aunque también se pueda hacer), sino para encontrar el camino en esta travesía del desierto. Como en el asunto de la Academia de las Artes Escénicas, necesitamos que empiecen a circular las propuestas. Y, sobre todo, necesitamos un líder carismático. Tenemos cerca una ocasión estupenda para encontrarnos, charlar y discutir sobre estos asuntos: Mercartes, a mediados de noviembre, en Sevilla. Ahí podemos estar todos: es una reunión de profesionales del sector, “encerrados” en un único recinto y sin distracciones.

Jesús Rodríguez Lenin
Editor

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